Si vas a conocer Patones atraído por la curiosa leyenda de su «monarquía Patónica», puedes hacerlo de dos formas: En fin de semana, con lo que te encontrarás el pueblo lleno de turistas disfrutando de su peculiar encanto, bien paseando por sus calles de pizarra o llenando sus pintorescos restaurantes. Pero también puedes hacerlo en días de diario, pasada la medianoche o muy temprano. En estos últimos casos podrás disfrutar de una paz y de una tranquilidad que no encontrarás en ningún otro sitio. Podrás observar que sólo los gatos te hacen compañía, es en esos momentos de soledad cuando la magia de Patones se puede masticar. Algunos incluso llaman a este pueblo Gatones.
Os dejo unas fotos de una invernal mañana de niebla. Y para los que quieran leer, al final dejo algunos apuntes históricos de los gatos con alguna curiosa leyenda, espero que os guste. MIAU, MIAU!!
Cuando desaparecen los turistas, los gatos son los verdaderos protagonistas en Patones, esos animales tan misteriosos, que van y vienen a su gusto, que ni siquiera su dueño puede saber con seguridad donde han estado, ni a donde piensan ir, ni mucho menos qué ideas pasan por su pequeña cabeza, haciendo que el propietario dependa de su mascota y no al revés.
La tradición les ha asociado al hombre desde la noche de los tiempos. Cuenta la leyenda que Noé tenía serios problemas en el arca, la pareja inicial de ratones proliferaron de tal manera que llegó a poner en riesgo la misión de preservar las distintas especies, ya que además de la molestia que suponían para el resto del pasaje, estaban acabando con los alimentos que llevaba a bordo para el resto de los animales. Según cuenta dicha leyenda, Noé recurrió a un león para que le ayudase a terminar con los roedores pidiéndole consejo. El gran felino meditó la respuesta y concentrando todas sus fuerzas, suspiró profundamente, arqueó la espalda y estornudó con un gran estruendo, expulsando por la nariz una pareja de gatos. Inmediatamente, los pequeños felinos iniciaron su obra destructora sin que nadie les diera el aviso, exterminando a todos los ratones que había en la nave, salvo una pareja que Noé capturó y encerró para perpetuar la especie. Según dice esa leyenda, desde ese instante el gato se mostró engreído, altivo y arrogante, y como castigo Noé los ató al puente del arca cuando más arreciaba la tormenta. A consecuencia de este castigo, viene el terror que la mayoría de los gatos sienten por el agua.
También se asociaron con entidades divinas durante la civilización de los faraones. Era el animal sagrado de la diosa Bastet, una de las divinidades más veneradas del antiguo Egipto. Se promulgaban leyes prohibiendo la exportación de gatos. Producir la muerte de uno de estos animales se consideraba un grave delito, aunque fuera de forma accidental, y el culpable era condenado a muerte. Cuando algún gato familiar moría, todos los miembros del clan se ponían de luto e incluso se afeitaban las cejas como signo de dolor. Las familias acomodadas incluso momificaban al animal. Se descubrió en Egipto un antiguo cementerio de gatos en el que descansaban para la eternidad más de 170.000 gatos. Otra curiosidad es que en caso de catástrofes el gato era lo primero de toda la casa que se ponía a salvo.
Posteriormente, en la época de los romanos gozaron también de justa fama ya que para ellos simbolizaban la victoria y los llevaban con sus legiones. En el siglo V desembarcaron en los Países Bajos y de ahí se extendieron por toda Europa y ayudaron a acabar con los ratones.
Todo iba de maravilla para los gatos, pero en la Edad Media vivieron tiempos complicados, tiempos de persecución. El motivo fue religioso también, se pensaba que eran la reencarnación del demonio y pasaron de ser queridos a ser perseguidos. La simple posesión de uno servía para acusar a una persona de bruja o de ejercer la brujería. Esta persecución fue especialmente grave en Inglaterra, Alemania y Francia, lugares en los que el día de Todos los Santos se comenzaban los festejos quemando en la plaza pública cestos llenos de gatos vivos, esta costumbre fue abolida por tortura allá por 1648. Debido a esta persecución los grandes «beneficiados» fueron los ratones y las ratas de cloaca. Ante la ausencia de gatos, estos roedores crecieron y se multiplicaron produciendo todo tipo de enfermedades y epidemias que asolaron la población europea de la época.
Napoleón, que aunque no le gustaban los gatos, se vio obligado a estimular la cría de estos felinos con el objetivo de acabar con la plaga de roedores. Por último, en la época de Pasteur, cabe destacar el descubrimiento de los microbios. Estos se manifestaban en la suciedad y en la porquería, y los animales que estaban próximos al hombre podrían contaminar al ser humano. Pero el gato pasa el día lamiéndose, limpiándose y acicalándose, por ello pasó de ser sospechoso a ser el único animal limpio, el único que no podía transmitir microbios.
Como apostilla, decir que en cierta ocasión Mark Twain dijo, «Si se pudiera cruzar al hombre con el gato, sería una gran mejoría para el hombre».
La leyenda del Rey de los Gatos
Actualmente existe una inquietante sospecha acerca de nuestros amigos felinos a la cual dan forma varias leyendas y narraciones populares, se dice que llevan una vida secreta, que entre los gatos existe una estructura social compleja y análoga a la nuestra, acerca de la cual no sabemos nada porque ellos la mantienen oculta. Varias leyendas de Irlanda, Inglaterra y Escocia, dicen que existe un Rey de los Gatos, que se pasea entre nosotros de incógnito.
La siguiente historia fue recogida por Charlotte S. Burke en tierras escocesas en 1884. A continuación os cuento mi versión serrana de la misma, que cuenta lo siguiente:
Dos jóvenes madrileños habían alquilado una pequeña casa en Patones, un lugar remoto al norte de Madrid. Su intención consistía en pasar allí el otoño, aprovechando para practicar el noble deporte de la caza en los montes adyacentes. Junto a ellos vivía una anciana, a la que habían contratado para que les hiciese la comida, así como el gato de esta y varios perros.
Normalmente, ambos jóvenes salían a cazar juntos, pero una tarde uno de ellos prefirió quedarse en la casa. Así que el otro cogió su escopeta y partió sólo en dirección al monte, prometiendo primero que regresaría antes de la puesta del Sol.
Sin embargo, pasaron las horas y no aparecía. Su amigo esperaba cada vez más preocupado. Ya se había hecho de noche y quedaba muy atrás la hora habitual a la que cenaban. Finalmente el cazador regresó. Al otro joven le pareció que traía el rostro muy pálido y aspecto de estar exhausto.
Hasta que no hubieron terminado de cenar, no accedió a contar a su amigo lo que le había sucedido. Estaban sentados frente al fuego, con los perros tumbados a sus pies y el gato negro de su cocinera adormecido entre ellos, cuando comenzó a hablar:
«Bien, quieres saber qué ha ocurrido para que haya llegado tan tarde, pues te lo contaré, pero has de saber que se trata de algo tan extraño que ni yo mismo estoy seguro de que haya sucedido en realidad».
«Me encontraba en el camino del monte, apenas a unos veinte minutos de aquí, cuando descendió una espesa niebla que me hizo perder completamente el sentido de la orientación. Intenté ubicarme y regresar en dirección a la casa, pero, al parecer, no hice más que adentrarme en el monte. Para mi desesperación, no tardó en hacerse de noche».
«De repente me pareció ver una luz moverse entre la niebla y la creciente oscuridad. Decidí seguirla a ver si me conducía a algún lugar habitado. Ya había avanzado unos cien metros tras ella cuando se apagó. Como estaba justo al lado de un roble de aspecto robusto, me subía a él a ver si desde algo más arriba era capaz de volver divisar la misteriosa luz. Y vaya si lo hice».
«Resulta que estaba justo al otro lado del árbol. Desde las ramas vi bajo mi posición ―y aún no entiendo muy bien como puede ser esto― lo que parecía una iglesia. Se oían cánticos, y alcancé a ver que se estaba celebrando un funeral, pues había un ataúd rodeado de antorchas. Pero quienes llevaban esas antorchas…, oh amigo mío, no me creerás cuando te diga quienes portaban aquellas antorchas».
De repente el joven detuvo su narración, alegando que le tomaría por un loco si contaba el resto de la historia. Pero tanto le insistió su amigo para que concluyese el relato que al final acabó accediendo. La expectación flotaba en el ambiente, e incluso el gato de la cocinera parecía escucharles con extremada atención, casi como si pudiese entender lo que decían.
«De acuerdo, pues esto es lo que sucedía: las manos que sujetaban las antorchas y el ataúd eran pequeñas y peludas y tenían las uñas afiladas. ¡Sus propietarios eran gatos, te lo juro, gatos! ¡Y sobre la tapa del ataúd había grabadas una corona y un cetro!»
Al decir esto originó un tremendo caos en la habitación: el gato negro de la cocinera comenzó a correr dando vueltas por las paredes a una velocidad vertiginosa, y a los dos hombres les pareció oírle exclamar con una voz extraña pero perfectamente comprensible:
“¡Por Júpiter, el viejo Pepe ha muerto. ¡Ahora yo soy el Rey de los Gatos!”.
Tras lo cual se dirigió hacia el fuego, lo esquivó con un hábil salto y desapareció chimenea arriba. Nunca más lo volvieron a ver…
Preciosas fotografías!
Y bonita historia
Gracias por compartir
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