El embalse de El Villar

Casi todos los años por estas fechas, podemos ver uno de los saltos de agua más interesantes de la sierra madrileña. Dicho salto de agua sólo se puede ver cuando el embalse de El Villar supera el 100% de su capacidad y el agua rebosa por uno de sus laterales en una impresionante cascada de unos cincuenta metros de altura.

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El embalse de El Villar está situado en el curso bajo del río Lozoya y aguas arriba del embalse de El Atazar, en la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama perteneciente a la Comunidad de Madrid. Se trata del embalse más antiguo en funcionamiento de toda la región y en consecuencia de todo el sistema de embalses del Canal de Isabel II, red hidráulica que suministra el agua potable a la capital de España.

Tras el fiasco que supuso la inauguración del Pontón de la Oliva (embalse que nunca llegó a funcionar a pleno rendimiento por culpa de las filtraciones de agua), el Canal de Isabel II encargó una nueva presa aguas arriba del río Lozoya, a unos 50 metros por bajo de un antiguo puente denominado El Villar. Este puente, y por tanto la presa, deben su nombre a un poblado hoy en día desaparecido. La obra comenzó en 1869 y estuvo proyectada y dirigida por los ingenieros Elzeario Boix y José Morer.

Se escogió una garganta cerrada y profuda para ubicar la presa, al igual que se hizo anteriormente en el Pontón de la Oliva. Boix, que era gran admirador de las infraestructuras hidráulicas que por aquella época se construían en otros países de Europa, diseñó una original presa de gravedad de planta curva que supuso todo un alarde innovador de ingeniería, ya que fue la primera presa de este estilo construida en todo el mundo. Su característica curvatura es la que ayuda a la estructura de la presa a soportar mejor las presiones laterales. Fue terminada e inaugurada en 1873 como la presa más alta de España, marca que en la actualidad ya ha sido superada. A lo largo de más de un siglo ha sido sometida a diversas reformas y actualmente sigue prestando servicio.

En 1911 se puso en servicio el canal de El Villar, denominado por entonces canal Transversal, a través del mismo se podía suministrar agua a Madrid, tomándola directamente del embalse. Entre los años 1916 y 1934, se construyeron en sus márgenes diversos canales perimetrales para mejorar la calidad del agua que desde este embalse se suministraba a la población madrileña.

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La presa tiene 107 metros de longitud y 5 metros de anchura en la coronación. La altura del muro es de 50,50 metros. Puede almacenar hasta 22,4 hm³ de agua y ocupa una superficie de 144 hectáreas a Nivel Máximo Normal que conforman 20 kilómetros de ribera. La fábrica de la presa es de mampostería unida con cal hidráulica con remates de sillería. Dispone de torre de toma independiente del cuerpo de presa, y un aliviadero de labio fijo en la margen derecha. Se convirtió en todo un referente dentro de las obras hidráulicas de su época, al ser la primera presa de gravedad de planta curva construida del mundo.

En 1994 se puso en servicio una pequeña central eléctrica alojada en una caverna excavada en el margen derecho del río, junto a la presa, y alimentada desde una torre de toma, también de nueva construcción, que aprovecha la energía del agua al ser desembalsada hacia el embalse de El Atazar. La instalación está equipada con una turbina Francis de eje vertical, para un caudal de 17 metros cúbicos por segundo, con un salto bruto máximo de 42 m y una potencia de 5.990 kw.

Las características técnicas de esta presa (según fuentes del Canal de Isabel II) permiten almacenar agua equivalente al 110% de su capacidad. El embalse de El Villar está construido de tal manera que sólo puede verter agua por arriba y cuando lo hace, el excedente va a parar al embalse del Atazar.

 

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El pasado celta del Cerro de La Cabeza

Hasta el presente momento, los yacimientos arqueológicos hallados en los alrededores de La Cabrera, demuestran la presencia más o menos estable de distintas comunidades humanas desde la Edad del Bronce. Los primeros pobladores de La Cabrera se corresponderían con la llegada a la península ibérica de las primeras oleadas de tribus celtas de origen indoeuropeo, hace aproximadamente 3000 años.

Patrimonio declara en 1989 el municipio de La Cabrera como Bien de Interés Cultural, dentro de la categoría de “Zona Arqueológica”. Y dentro de esta categoría, se distinguen cuatro modelos históricos de poblamiento: Restos de un asentamiento protocelta en el Cancho Gordo perteneciente a la Edad del bronce. Restos de un asentamiento celta de origen carpetano en el cerro de La Cabeza, correspondiente a la edad del hierro, necrópolis medieval cristiana de origen visigodo denominada «Tumba del Moro» y el Convento de San Antonio y San Julián construido a finales del siglo XI o principios del siglo XII tras las ocupación cristiana de Toledo por el monarca castellano Alfonso VI. Posterior a este último acontecimiento militar, pastores segovianos con sus cabras repoblaron esta región con sencillas gentes de religión cristiana y economía ganadera. Estos pastores segovianos le dieron el nombre al lugar, La Cabrera.

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Vista desde el Cerro de la Cabeza de la sierra de La Cabrera, del Convento y del pueblo.

Aquí hablaremos de los yacimientos del Cancho Gordo (la cota mas alta al Oeste de la sierra de La Cabrera) y del Cerro de La Cabeza.

Yacimiento del Cancho Gordo: se corresponde con la cima más alta de la sierra de La Cabrera y en ella se ubica un asentamiento cuya cronología data del período del Bronce Pleno, probablemente correspondiente a las primeras oleadas de origen indoeuropeo, un asentamiento de origen protocelta (celtas primitivos).

Restos del asentamiento del Cancho Gordo

Yacimiento del Cerro de la Cabeza: Se trata del asentamiento situado en el Cerro de la Cabeza, desde su emplazamiento se domina la dehesa de Roblellano. El yacimiento, que no ha sido excavado y es de difícil interpretación, probablemente corresponde al período más temprano de la Edad del Hierro, posiblemente a la etapa carpetana. El poblado tiene dos partes bien diferenciadas, una superior y otra inferior.

Vista de la zona superior del poblado, los restos quedan ocultos por la vegetación

En la zona superior, a los pies del cancho que forma la cima del Cerro de la Cabeza, se pueden observar los restos de varias viviendas de planta rectangular, desde este lugar se puede contemplar toda la Sierra de la Cabrera, y en la ladera sur del Cancho Gordo, el Convento de San Antonio. Entre la vegetación existente, se pueden observar más vestigios de viviendas reducidos a montones de piedras, aparentemente de planta circular. No se detecta la existencia de calles, manifestando una evidente falta de urbanismo, y entre los restos de las viviendas se definen grandes espacios libres, característico de los castros en altura fortificados asentados sobre terreno granítico.

Restos de las construcciones entre el arbolado del cerro de La Cabeza.

A pesar de una posible filiación carpetana, nada tiene que ver el tosco urbanismo del Cerro de la Cabeza con poblados de la Edad del Hierro excavados más al sur de Madrid en terrenos yesíferos, como el Cerro de la Gavia, o el poblado del cerro de La oliva, donde una calle central articula una serie de manzanas de casas de planta claramente rectangular. Se han encontrado restos de cerámica en fragmentos de tamaño mediano, cerca de las viviendas de la parte superior del castro. En el resto del espacio se han encontrado numerosos fragmentos cerámicos de pequeño tamaño, sobre todo en el camino que da acceso entre uno y otro estrato.

Restos de las construcciones entre el arbolado del cerro de La Cabeza

En la zona inferior del asentamiento, de nuevo se pueden observar más restos de viviendas derruidas, aparentemente de planta rectangular, lo que no significa que lo fuesen en su origen. Posiblemente la planta del espacio doméstico fuese rectangular, como en el cercano asentamiento carpetano-romano de la Dehesa de La Oliva, en el término municipal de Patones.

Restos de las construcciones entre el arbolado del cerro de La Cabeza.

Al este del poblado, y justo protegiendo la única entrada al poblado, se puede distinguir claramente la existencia de las ruinas que parecen haber formado en su día una muralla, que podría rodear antiguamente todo el espacio doméstico. Desde este punto se domina visualmente la Dehesa de Roblellano y toda la sierra de La Cabrera.

Restos de la muralla defensiva en el flanco Este

Ascendiendo a cualquier promontorio o canchal de los múltiples que rodean el emplazamiento carpetano. podemos observar la disposición espacial del poblado. Se trata de un cerro de difícil acceso y fácilmente defendible. Está protegido de forma natural por accidentadas y rocosas laderas en tres de sus cuatro flancos (Norte, Oeste y Sur) y presenta las ruinas de lo que en su día fue un muro defensivo en el flanco Este, donde se encuentra el único acceso al poblado.

El cerro de La Cabeza constituye un fantástico mirador, una atalaya natural.

Posiblemente este emplazamiento fuese posteriormente reutilizado en la época visigoda, lo que encaja perfectamente por varios motivos; por un lado coincide con la existencia a los pies del Cerro La Cabeza de la necrópolis de la Tumba del Moro, por otra parte existe una analogía con lo sucedido en el cercano cerro de La Oliva de Patones, un cerro ocupado primero por los carpetanos y después por los visigodos, y también coincide por su similitud con otros enterramientos visigodos cercanos documentados en la región, como el yacimiento de Sieteiglesias, a escasos 10 Km. En la necrópolis encontramos varias tumbas simples en forma de cista, delimitadas por lajas de piedra hincadas en el suelo con una superior a modo de tapa, siendo la más llamativa una tumba antropomorfa tallada directamente sobre un afloramiento granítico, de los múltiples que encontramos en la zona.

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Tumba del Moro

Quienes eran los Carpetanos?

Los carpetanos, también denominados carpesios,​ fueron una de las tribus que habitaban la península ibérica antes de la llegada de los romanos. Se incluyen dentro de los pueblos de filiación céltica o indoeuropea​ que poblaron el centro, norte y oeste peninsulares, ubicándose concretamente en la Meseta Sur, un área con sustrato mayoritariamente indoeuropeo.​ Su situación cerca de los territorios íberos posibilitó que recibieran influencias culturales de estos, lo que ha llevado a la historiografía a polémicas sobre su adscripción.

Fueron un pueblo relativamente próspero que aprovechó las posibilidades agrícolas de su territorio y las oportunidades de comercio que ofrecía su situación geográfica. Con una estructura política descentralizada, se considera que no existieron grandes diferencias sociales en el seno de su sociedad, ya que no se han encontrado enterramientos suntuosos que lo indicasen ni tampoco son conocidas actuaciones suyas como mercenarios o razias de saqueo sobre sus vecinos, algo de lo que sí fueron protagonistas las capas más desfavorecidas de otras tribus prerromanas.

No dieron grandes líderes como Istolacio, Indíbil o Viriato, ni fueron protagonistas de sucesos históricos relevantes como Numancia o Sagunto, siendo algo olvidados por la historiografía tradicional española.

Sufrieron un gran desgaste en su lucha contra los cartagineses, lo que debilitó posteriormente sus posibilidades de resistencia frente los romanos,​ contra los que lucharon ayudados —o quizás dirigidos— por sus vecinos vetones y celtíberos. Acabaron por integrarse en el 179 a. C. como aliados en la Hispania romana​ de una manera pragmática; esto se deduce del hecho de que no se ha encontrado en las fuentes material acerca de rebeliones posteriores en su territorio, antes bien, estas recogieron información sobre las razias de los cercanos lusitanos o los ataques de las tropas de Quinto Sertorio que sufrieron los carpetanos.

A lo largo del primer milenio a. C. se dio en la península ibérica un complejo proceso de etnogénesis con la formación de los diferentes pueblos prerromanos que, a grandes rasgos, se diferencian en tres grupos:

a) Los turdetanos e íberos, que se extienden por la franja abierta al mar Mediterráneo; eran los pueblos prerromanos más cultos y civilizados.

b) Los vascones y otros pueblos afines de filiación no indoeuropea, que ocuparon zonas junto a los Pirineos.

c) Los pueblos indoeuropeos, resultado de una invasión muy antigua —en una época en que los dialectos occidentales no se habían diferenciado todavía—y que acabarían evolucionando con un desarrollo dispar que iría desde los más arcaicos como lusitanos y astures hasta los más desarrollados celtíberos.

 Los carpetanos formarían parte del grupo indoeuropeo o «protocéltico».​ Las raíces de la formación de este pueblo se sumergen en la cultura de Cogotas I, que representa la Edad del Bronce final en una extensa área peninsular entre la que se encuentra la zona donde habitaron los carpetanos. Esta cultura de Cogotas I se prolonga hasta finales del siglo VIII a. C. y ofrece características que la relacionan con un sistema cultural indoeuropeo arcaico. En el área carpetana se dan asentamientos tanto en cerro como en llano, caracterizados ambos por la falta de arquitectura en duro y asociados a un carácter estacional con alta movilidad de la población.

Sobre este sustrato protocéltico se daría una evolución a partir del siglo VIII a. C. en la que se fue generalizando el castro, con poblados de viviendas circulares, cerrados y situados en alto para controlar y defender un pequeño territorio sobre la base de una mayor estabilidad de la población. Esta evolución, debida probablemente a una creciente inestabilidad, generaría también una estructura social basada en una incipiente jerarquización con élites guerreras.

A partir del siglo VI a. C. se desarrolló la cultura celtibérica en las altas tierras del sistema Ibérico y de la Meseta Oriental, caracterizada principalmente por la adopción del hierro para el armamento y por la aparición de una estructura social gentilicia, menos rica, pero semejante a la que aparece en Europa Central, norte de Italia y sur de Francia. El urbanismo evolucionó con la paulatina aparición de grandes castros, algunos de los cuales acabarían convirtiéndose en los grandes oppida que encontraron cartagineses y romanos. En estos nuevos poblados se dio una sustitución de las anteriores viviendas circulares por rectangulares, cuyos muros posteriores forman parte de la muralla defensiva.

Sobre el origen de esta cultura celtibérica existen dos hipótesis: la «invasionista», que la fundamenta en la invasión de grupos humanos de tipo hallstattico que traerían consigo estos elementos culturales,​ y otra concepción alternativa «evolucionista» que, aunque no excluye el movimiento de gentes, basa la aparición de esta cultura en una evolución y aculturación local con la adopción de los elementos comunes por contactos e intercambios.

Esta cultura celtibérica se extendería paulatinamente desde su zona nuclear hacia occidente por la Meseta hasta llegar al Atlántico, provocando una celtización del substrato protocéltico preexistente -dentro del que se incluirían los carpetanos- que quedaría fragmentado y absorbido por esta nueva cultura plenamente celta, identificada como tal por las fuentes clásicas.

En una última fase, a partir del siglo IV a. C., los carpetanos recibieron influencias culturales de las zonas pobladas por los íberos situadas al sur de su territorio, adoptando mejoras tecnológicas tales como el torno de alfarero, la molienda de cereales, el horno de tiro variable o la siderurgia; innovaciones que conllevarían una mayor especialización social y acentuarían la jerarquización preexistente.

Expresándolo de una manera resumida y simplificada, los carpetanos serían el resultado de la evolución de un grupo de la población indoeuropea o protocéltica peninsular que alcanzaría un grado intermedio de celtización y que adoptaría elementos culturales de las zonas íberas.

Desde finales de los años 90 parte de la historiografía ha puesto en duda el carácter de grupo étnico de los carpetanos, llegando, en sus postulados más extremos, a afirmar que los carpetanos serían una «construcción artificial creada por Roma durante la conquista de la Península».​ Sin embargo, parte de los estudios más recientes rechazan estas teorías ya que consideran que las categorías con las que los romanos interpretaban las realidades indígenas tenían ciertas reglas y fundamentos y sucesos como la decisión colectiva de los 3000 guerreros carpetanos del ejército de Aníbal de abandonarle al conocer el objetivo final de la campaña denotan un grupo étnico destacado y de acusada personalidad que se reconocía como tal y tenía una base territorial.​ Además de esto, según nos han transmitido las fuentes clásicas, la actitud de los carpetanos durante los diferentes sucesos históricos en los que se vieron envueltos o sucedieron junto a ellos —ataque cartaginés, segunda guerra púnica, conquista romana, guerras lusitanas, guerras celtíberas y guerras sertorianas— fue siempre homogénea en todas las poblaciones que se citan de su territorio.

El territorio de los carpetanos se localizó en la zona central de la península ibérica, principalmente en la planicie atravesada por el curso medio del río Tajo y sus afluentes centrales en un territorio que comprende parte de las actuales provincias españolas de Madrid, Toledo, Guadalajara, Cuenca y en menor medida Ciudad Real. Estrabón​ y Plinio​ indicaron que los carpetanos habitaban junto al Tajo limitando al norte con los vacceos, al sur con los oretanos, al oeste con los vetones y al noreste con la tribu celtíbera de los arévacos. El estudio de estas tribus vecinas con sus límites territoriales y características culturales, la localización de las poblaciones citadas por las fuentes clásicas así como la arqueología, han permitido mejorar de manera importante la delimitación del territorio carpetano para el que actualmente se pueden considerar los siguientes límites:

  • Norte: lo establecería la barrera natural que forman las sierras de Gredos y Guadarrama al otro lado de la cual habitaban los vacceos y arévacos.
  • Este: atravesaría el valle del río Henares entre Alcalá de Henares (Complutum) y Sigüenza (Segontia)​ probablemente cerca de Hita (la Caesada arévaca​) y Trillo (la Thermida carpetana). Este límite continuaría hacia el sur dejando a Alcocer (Ercávica​) en territorio celtíbero y a Villas Viejas, pedanía de Huete (Contrebia Carbica) en el carpetano,​ siguiendo en las inmediaciones del río Záncara hasta que este gira hacia el oeste. Este límite oriental es el más difícil de precisar, por la presencia junto a él de los olcades, uno de los pueblos prerromanos menos conocidos, y por las consecuencias de la expansión de los vecinos celtíberos.
  • Sur: seguiría cerca del Záncara al sur de Campo de Criptana y Alcázar de San Juan (en cuyas inmediaciones se situarían las carpetanas Alce y Cértima​) así como Consuegra (Consabura​) hasta llegar a los Montes de Toledo continuando por la vertiente sur de estos dejando en territorio carpetano a Navas de Estena donde se ha atestiguado una gentilidad carpetana hasta llegar a La Nava de Ricomalillo donde se ha documentado la epigrafía de un Toletanus.​ Este límite meridional ha sido a veces mal trazado por el hecho de que Ptolomeo incluyó a Laminio (la actual Alhambra, situada más al sur) entre las ciudades carpetanas, algo que hoy en día se considera un error de este autor clásico.
  • Oeste: lo formaría el límite con los vetones, el cual se ha ido perfilando en base sus elementos culturales como los verracos y datos epigráficos de época romana en una línea que, recorriendo de norte a sur desde la zona alta del río Alberche hasta la zona del río Pusa, dejaría a Talavera de la Reina (Caesarobriga​) en su territorio y a Toledo (Toletum​) en territorio carpetano.

 

 

 

 

 

 

 

 

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